Balada de la Princesa (Atenea Carbajosa)
Alzo
su espada llena de tantos gemidos muertos
de
tantos amaneceres perdidos
de
lunas superpuestas
Y
con un grito temblado
arremetió
La
seguían hordas infinitas de sombras y de espectros
de
ululantes bestias
de
deformes deseos
Allí,
al otro lado del espejo estaba
Allí,
en un bastión de luz
De
calor de ternura arrebatada
estaba
encerrado o preso o raptado
engañado
seguro, por un lance de la vida
vivo,
inconsciente o maltratado… ciego
Allí
estaba y no esperaba su rescate, su negra persistencia
Su
valor ante el dolor y la muerte
Cayeron
ángeles a su paso
un
dios lloro desconsolado
y
un mundo entero anegó
de
sangre y silencio
sus
planicies.
Alli,
bajo la luz rota
de
una torre quebrada, huia su amor interminable
por
postreras sendas hacia otros mundos sin descanso
Alzo
de la espada los ojos llenos de tormento
Y
con un gemido atravesado…
lo
siguió.
Sentir (Sergio Sanz)
Sentir… la batería en el pecho
mientras una poesía seduce tu mente.
El bajo de frente, bailando y subiendo
a algún planeta aún desconocido
para regresar y soltar
secretos escondidos
en los metales de las cuerdas.
El cantante se alegra
con los coros y las gotas,
su guitarra vuela y trota
dependiendo del momento.
Hay tres versos muy extensos
que son tres grandes verdades,
y se le nota en los ojos:
Una mirada de niño
que suspira entre su antojo
e ilumina la sala oscura
rebosando la ternura y el intelecto.
(La
pericia de las manos de los músicos
la comparan con el giro de planetas